Desde que empecé a explorar Ecuador a través del deporte, me di cuenta de que no solo se trata de llegar a la cima de una montaña o recorrer un sendero. Lo más valioso de cada ruta es la gente con la que comparto el camino. A través de caminatas, carreras y otras actividades, he tenido la oportunidad de conocer personas con historias inspiradoras, cada una con una razón diferente para moverse y descubrir.
Recuerdo mi primera caminata en grupo. Pensé que sería un reto individual pero, a medida que avanzábamos, el cansancio nos obligó a apoyarnos entre nosotros. En medio de la subida, alguien ofreció agua, otro compartió una barra energética y, antes de darnos cuenta, me sentí parte del equipo. Ese día entendí que el deporte no solo es físico, sino también social: crea lazos, rompe barreras y une a personas que, de otra manera, quizá nunca se habrían cruzado.
También he tenido la suerte de conocer comunidades locales que reciben a los visitantes con los brazos abiertos. En algunos lugares, los guías son habitantes del sector, personas que conocen cada sendero como la palma de su mano y que cuentan historias sobre su territorio con orgullo. Compartir con ellos me ha hecho ver que el deporte también es una forma de conectar con la cultura y aprender de quienes han vivido en esos paisajes toda su vida.
Más allá del esfuerzo físico, cada salida es una oportunidad para escuchar, compartir y crecer junto a otros. En cada ruta he hecho amigos, aprendido sobre diferentes formas de ver la vida y descubierto que el verdadero destino no es el lugar al que llegamos, sino las conexiones que creamos en el camino.
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¡El deporte puede ser mucho más que solo ejercicio!